Capítulo 33. El Paraíso Griego.
La noche cayó sobre Santorini con una belleza irreal. La villa que les habían asignado parecía sacada de una postal: paredes blancas, techos abovedados y una terraza con vistas al volcán y al inmenso mar Egeo.
El sol se hundió en el horizonte, tiñendo el cielo de colores vibrantes que se reflejaban en el agua: era el escenario perfecto para un romance. En el caso de Maya y Elliot, para una farsa.
Habían pasado el día lidiando con reuniones y la logística de la filmación. Delante del equipo, la actuación había sido impecable.
Él era un esposo atento y ella respondía con la gracia de una mujer enamorada. Pero ahora, en la intimidad de su suite, la máscara había caído.
Maya estaba en el balcón con una copa de vino en la mano, observando las luces de los pueblos que brillaban en la distancia. Escuchó cómo se abría la puerta de la terraza.
—Es aún más bonito de lo que imaginaba —dijo Maya sin girarse, con una voz suave que no solía utilizar en público.
—Me alegra que te guste —respondió El