El aire en la habitación era espeso, denso. Como si todo estuviera suspendido en el mismo momento, congelado en una quietud que, de alguna manera, presagiaba lo que estaba por venir. Viktor permanecía de pie, observando a Alina, su figura imponente y su rostro impasible, frío. Ella estaba sentada en la cama, con las manos entrelazadas sobre sus rodillas, y la mirada perdida en el vacío. El silencio entre ellos pesaba como una condena. Las palabras que había intercambiado con Viktor horas antes seguían resonando en su mente.
Él le había ofrecido un trato, uno que Alina rechazó de plano, no dudó en hacerlo. Sabía que su vida estaba entrelazada con la de Viktor, pero nunca imagina hasta qué punto. La oferta de libertad había quedado suspendida como una amenaza sobre sus hombros, como la espada de Damocles de la muerte de Laura colgando sobre ella. Viktor estaba dispuesto a todo por ella, pero él también lo sabía: la vida de Alina era el único faro de luz que había tenido en su existencia