Sarah estaba junto a una de las ventanas del refugio, apoyando la frente contra el vidrio frío. Afuera el día se iba en tonos apagados, deslizándose entre grises y naranjas. Un viento suave movía las ramas secas, haciendo que golpetearan contra la pared. Se abrazó a sí misma, intentando contener ese temblor que no venía del frío.
Era el mismo temblor que la había acompañado desde el día en que Zarella desapareció. Desde entonces, cada minuto le había pesado el triple, y cada respiración era un recordatorio de lo que faltaba. A veces sentía que si no la encontraban, algo dentro suyo iba a romperse de un modo que ya no tendría arreglo.
—Sarah… —la llamó Luna desde la sala.
Ella parpadeó, saliendo del trance. Se llevó una mano al pecho, respiró hondo, y se obligó a ir hasta donde estaban las demás.
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Sofía estaba sentada en un sillón desvencijado, con Alma en brazos. La bebé dormía profundamente, con la boca apenas entreabierta y las manitos cerradas en puños diminutos. Cada tanto se e