ALEX
El avión desciende y a mí se me anuda el estómago.
Es una indescriptible sensación de pánico que me seca la garganta, enlentece mi respiración y desacelera mis latidos.
—¿No te acostumbras a volar, Cherry querida?
Kiara me enseña una mueca socarrona, pues de lo más tranquila bebe de su copa de vino, aguardando el aterrizaje.
—No puedo evitarlo —sopeso, aferrándome a los posabrazos del asiento y apretando tanto como puedo el cinturón de seguridad.
—Vas a tener que adaptarte rápido —se arregla el cabello rubio y ondulado sobre un hombro—. En muy poco tiempo, este será tu nuevo medio de transporte, cuando te toque trasladarte de un país a otro para cubrir desfiles y eventos.
Escucho el avión desenfundar las ruedas de aterrizaje y palidezco por completo olvidando las palabras de Dietrich.
Me tenso, rechino los dientes, rezo porque no se me pare el corazón en el segundo que los neumáticos rebotan sobre el asfalto y la velocidad del avión no apacigua.
—Dios mío, odio volar —el estado c