Lucía sintió un rubor subir por su cuello como una marea tibia. Comenzó en la base de su garganta, donde el pulso latía acelerado, y se extendió hacia arriba como tinta roja disolviéndose en agua.
Sus mejillas se encendieron con un color que no había mostrado desde la adolescencia. Era un rubor que no se podía controlar, que traicionaba cada intento de mantener la compostura profesional.
Sus labios se entreabrieron ligeramente, como si fuera a responder, pero no salió ningún sonido. Su lengua se movió inconscientemente, humedeciendo el labio inferior en un gesto que era completamente inconsciente pero que a Daniel le pareció devastadoramente íntimo.
Sus pestañas se movieron como alas de mariposa, un parpadeo lento que parecía atrapar el momento y extenderlo hasta el infinito.
La tensión sensual era palpable, un subtexto constante que corría por debajo de su colaboración forzada como una corriente eléctrica. Se podía cortar con cuchillo, se podía saborear en el aire como ozono antes de