La mañana en la multinacional Meridian Corp se sentía extrañamente silenciosa para Lucía, como si el edificio entero hubiera sido sumergido en una pecera gigante. El zumbido de los ordenadores —ese ronroneo constante que había sido la banda sonora de su vida laboral durante años— ahora sonaba distante, amortiguado. Las voces de sus compañeros se filtraban hasta ella como susurros desde otra dimensión, palabras que perdían sentido antes de alcanzar sus oídos.
Todo parecía existir detrás de una membrana transparente que la separaba del mundo real. Era como si la verdad hubiera alterado la frecuencia en la que funcionaba su realidad, dejándola sintonizada en una emisora que solo ella podía escuchar.
La verdad. Fría y afilada como una hoja de bisturí, se había clavado en su mente la noche anterior, y ahora la llevaba consigo como una carga invisible pero constante. Un peso que se había asentado en su pecho, justo debajo del esternón, donde cada respiración se convertía en un recordatorio