El recuerdo de "Marco" flotaba en la mente de Lucía como un perfume persistente, dulce y ligeramente embriagador. Cada vez que trataba de concentrarse en las facturas del trimestre, ahí estaba él: la manera en que sus dedos habían rozado los suyos, cómo su voz se había vuelto un susurro ronco contra su oído. Su cuerpo parecía tener memoria propia, respondiendo a fantasmas de caricias que la hacían removerse en su silla como si tuviera hormigas en lugares muy inapropiados para una oficina corporativa.
La mañana se arrastraba como caracol perezoso. Cada minuto era una eternidad de fluorescentes parpadeantes y el zumbido hipnótico del aire acondicionado. Lucía había intentado todo para distraerse: reorganizar su escritorio por tercera vez, actualizar calendarios que ya estaban perfectos, incluso contar las manchas del techo. Nada funcionaba. Su mente era como un adolescente rebelde, regresando una y otra vez a territorio prohibido.
Apenas había dormido dos horas. Cada vez que cerraba los