El apartamento de Lucía parecía haberse encogido durante el día, como si las paredes se hubieran confabulado para asfixiarla con su propia mediocridad. Sentada en su sofá de tela beige —tan emocionante como una tostada sin mantequilla—, tenía el expediente "Iniciativa Fénix" abierto en su regazo como una biblia corporativa que no lograba descifrar.
Las páginas estaban llenas de jerga empresarial incomprensible: "optimización sinérgica", "reestructuración paradigmática", "implementación holística". Lucía había leído la misma oración seis veces y aún no tenía ni idea de qué diablos significaba. Su cerebro se había convertido en gelatina desde que Daniel le había asignado este proyecto misterioso, y no precisamente por la complejidad del trabajo.
Cada vez que intentaba concentrarse, ahí estaba él: la manera en que la había mirado esa mañana, con esa intensidad que la había hecho sentir como si fuera la única persona en el mundo. Era ridículo. Daniel Márquez apenas sabía que existía, y el