La luz fluorescente de la oficina parecía haberse conjurado contra Lucía esa mañana. Cada parpadeo del tubo defectuoso del pasillo era como un martillo en su cráneo, recordándole que tal vez había sido demasiado generosa con los cócteles la noche anterior. Pero no podía quejarse. Por primera vez en años, había vivido algo que valía la pena recordar, aunque su cabeza protestara como un niño malcriado.
Se tambaleó hasta su escritorio, aferrándose a su taza de café como a un salvavidas. Sus colegas la miraban de reojo, probablemente preguntándose si la eficiente y predecible Lucía había sido reemplazada por una extraterrestre con ojeras. Ella intentó ignorar las miradas, pero cada vez que cerraba los ojos, ahí estaba él: Marco. Sus manos, su sonrisa, esa manera de mirarla como si fuera la única mujer en el mundo.
"Concéntrate, Lucía", se murmuró mientras encendía su computadora. Pero era inútil. Su mente era como un disco rayado, reproduciendo una y otra vez cada segundo de esa noche mág