Olivia Grace jamás imaginó que esta noche se convertiría en la más devastadora de su vida.
Permanecía paralizada tras las puertas de cristal del lujoso club nocturno. Su cuerpo se negaba a moverse mientras sus ojos se clavaban en una sola imagen: su esposo, Hunter Jackson, riendo y acariciando el brazo de su exnovia, Sophia Joy. Luces de neón moradas y azules bailaban en el aire. La música retumbaba, las risas llenaban el salón. Pero para Olivia, el mundo se había quedado en silencio. No escuchaba nada… solo el latido acelerado de su corazón, luchando contra el oleaje de emociones que la ahogaban por dentro. “¿Por qué me engañaría con Sophia Joy? ¿Qué tengo yo que no sea suficiente para él?”, gritaba su mente con desesperación. Lágrimas amenazaban con salir, pero Olivia se obligó a contenerlas. No iba a llorar. No frente a todos los que se burlaban en silencio de su dolor. Había confiado en Hunter ciegamente. Llegaba tarde cada noche, alegando trabajo extra. Nunca revisó su teléfono, porque creía que el amor verdadero no necesitaba desconfianza. Pero todo se derrumbó cuando vio el video que Sophia Joy publicó en su cuenta de I*******m. Un clip corto, pero desgarrador. Mostraba una fiesta fastuosa: pista de baile cubierta de diamantes, pastel con capas de oro y un gran letrero al fondo que decía: “Feliz cumpleaños, Sophia Joy”. No fue el lujo lo que rompió el corazón de Olivia. Fue el hombre que daba el brindis sobre el escenario. Su propio esposo. —Hunter Jackson, el mejor hombre que ha estado en mi vida —decía Sophia en el video, con una sonrisa juguetona y seductora. Sin pensarlo dos veces, Olivia se puso una chaqueta y condujo hasta el club que aparecía en el video. Su corazón parecía aplastado por una piedra, pero necesitaba ver con sus propios ojos. Y ahora lo había hecho. Hunter se inclinaba hacia Sophia, le susurraba algo al oído y luego reía con ella. Su mano se posaba en su cintura como si le perteneciera. Esa mano solo debería tocarme a mí, pensó Olivia, ahogándose en la amarga traición. Los otros invitados también le resultaban conocidos. Algunos eran socios de Hunter. Otros, antiguos compañeros de universidad. —Vamos, Jackson, ya deberías divorciarte de tu esposa, ¡Olivia Grace no está a tu altura! —dijo un hombre corpulento con traje caro. Era William, el arrogante amigo de universidad de Hunter. Las carcajadas estallaron a su alrededor. —Sí, Sophia Joy es mucho mejor para ti. Es hermosa, elegante, exitosa. ¿Y Olivia? Una pobretona que ni sabe vestirse —soltó una mujer en un vestido rojo encendido. Olivia sintió que la aplastaban con cada palabra. Hablaban como si ella fuera invisible. Como si no fuera la esposa legal de Hunter Jackson. Apretó los puños. ¿Cómo se atreven a humillarme así? Pero el golpe final llegó cuando el propio Hunter —el hombre que una vez le prometió amor eterno— estuvo de acuerdo con todos ellos. —Tienen razón. Olivia nunca estuvo a mi nivel. El corazón de Olivia se detuvo. Lo miró fijamente, las lágrimas ahora corriendo libremente por su rostro, deseando que todo fuera una pesadilla de la que pronto despertaría. Pero la realidad era aún más cruel. Sophia rió con fuerza, y luego giró hacia Hunter con una sonrisa maliciosa. —¿Y si convertimos a tu esposa en nuestra sirvienta? Sería divertido, ¿no? Hunter frunció el ceño por un instante… luego soltó una carcajada. —¿Una sirvienta? Vaya idea. Al menos serviría para algo, en vez de ser un estorbo. Las risas volvieron a estallar. Las copas de champán chocaron. La música volvió a retumbar. Pero Olivia ya no oía nada. Solo escuchaba el sonido de su corazón rompiéndose en mil pedazos. —¡Hunter! —La voz de Olivia atravesó la sala como un rayo en medio de una tormenta. Todos se giraron hacia ella. Los ojos se abrieron. El silencio cayó como un manto helado. Sus ojos estaban rojos, sus labios temblaban, y todo su cuerpo vibraba con una mezcla de rabia y dolor. Hunter se congeló. Sus miradas se encontraron. Olivia avanzó, y la multitud se abrió a su paso como cortinas para el espectáculo principal. —¿Así que esto hacías cuando decías trabajar hasta tarde? —Su voz era baja, pero afilada como cuchilla—. ¿Organizar una fiesta lujosa para tu ex… y humillar públicamente a tu esposa? —Olivia… —Hunter intentó hablar, pero no encontró palabras. —Eres un cobarde, Hunter. —Su voz era helada—. No soy pobre. Solo no derrocho dinero en fiestas vacías ni vestidos absurdamente caros. Pero ahora lo entiendo… nunca mereciste mi amor. Sophia resopló con desprecio. —Qué escena tan ridícula. Esto parece una telenovela barata. Olivia se acercó hasta quedar a pocos centímetros de ella. —¿Y tú? ¿Tan orgullosa de aceptar regalos de un hombre casado? Eso no es clase. Es lástima. Sophia sonrió con arrogancia. —¿De verdad crees que puedes competir conmigo? —No necesito competir con nadie. Porque desde esta noche… se acabó. Sin dudarlo, Olivia se quitó el anillo de bodas y lo arrojó directamente contra el pecho de Hunter. —Feliz cumpleaños, Sophia. Ganaste. Pero recuerda algo, Hunter… Sus ojos se clavaron en los de él, y su voz bajó a un susurro helado: —Acabas de perder… a la única mujer que realmente te amó. Se dio la vuelta y se alejó. Sus pasos eran firmes, aunque todo su cuerpo temblaba. Todos la miraban, pero ya no le importaba. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de cruzar la salida… una voz la detuvo. —¡Olivia, espera! Sus pasos vacilaron. Conocía esa voz. Una voz que no había escuchado en años. Giró lentamente… y sus ojos se abrieron con asombro. —¿Ethan? —susurró. Allí estaba él. Ethan. Su antiguo prometido. El hombre que había desaparecido sin dejar rastro… el que ella creyó muerto en un trágico accidente. Ahora estaba allí, muy vivo, vestido con un traje negro impecable. Sus ojos seguían igual… llenos de intensidad, de calidez… y de secretos. La sala entera contuvo el aliento. —¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Olivia, con la voz casi quebrada.