La sirena de la ambulancia aullaba mientras el vehículo de emergencia se detenía frente a la entrada de urgencias. Un grupo de enfermeros corrió a bajar la camilla que llevaba a Elliana—su pequeño cuerpo pálido e inerte, un tubo de oxígeno sujetado a su nariz. Olivia Grace corría justo detrás, la sangre aún fresca en su sien, pero no le importaba. Su corazón latía por una sola razón: la supervivencia de su hija.
—¡Llévenla a cuidados intensivos pediátricos, ahora! ¡Necesitamos una tomografía y un panel sanguíneo completo! —ordenó uno de los médicos.
Olivia se detuvo al borde de la entrada a emergencias. El personal no le permitió entrar. Se quedó paralizada, temblando, con la mano cubriéndose la boca. Sus ojos se fijaron en la puerta que acababa de cerrarse firmemente frente a ella.
El tiempo se arrastraba. Cada segundo le atravesaba el pecho como un cuchillo.
Minutos después, una enfermera se le acercó. La joven sostenía una carpeta, su expresión era seria, cargada de preocupación.
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