El cielo de la tarde se oscurecía mientras un lujoso automóvil negro surcaba la autopista. En el asiento del copiloto, Olivia Grace lucía exhausta, aunque aún conservaba su elegancia característica. Se giró para mirar a su hija, Elliana, quien dormía plácidamente en su silla infantil.
—Está completamente agotada después de la discusión de antes —murmuró Olivia con suavidad.
Daniel, su asistente personal y conductor, lanzó una rápida mirada al espejo retrovisor. Alto, de rostro severo, esbozó una pequeña sonrisa forzada.
—Ha sido un día agotador, señora. Pero ya casi llegamos a casa.
Olivia asintió y cerró los ojos por un momento. La paz duró apenas unos segundos.
—Espera... ¿qué pasa con los frenos? —murmuró Daniel, frunciendo el ceño mientras presionaba con más fuerza el pedal. No ocurrió nada.
—¡Los frenos… no responden!
Los ojos de Olivia se abrieron de golpe. —¿Qué estás diciendo?
—¡Los frenos no funcionan! ¡No puedo detener el coche!
Inmediatamente, ella miró al frente. La aguja