Aria estaba en el baño, examinando las joyas. La pulsera y el anillo eran, de hecho, impresionantes, diamantes que parecían atrapar la luz de la suite. Ella sonrió amargamente. Era un hermoso grillete, y pensó en lo cínico de Victtorio al darle un regalo de bodas en forma de joya.
—Son hermosos, ¿no, señora? —preguntó María, la encargada del servicio, desde la puerta del baño.
Aria asintió, sintiendo la firmeza de la pulsera, que se ajustaba perfectamente a su muñeca.
—Sí. Muy firmes.
Lo que Aria ignoraba era que esa firmeza era el revestimiento de oro blanco que protegía el microchip de rastreo satelital. Para ella, eran solo regalos caros.
En el Centro de Monitoreo
En un ala aislada de la mansión, Victtorio observaba el mapa que Luca, su mano derecha, había desplegado. Dos puntos verdes parpadeaban con una precisión milimétrica sobre el plano de la suite principal.
—Pulsera y anillo en su sitio —confirmó Luca, con una sonrisa helada—. El sistema dual garantiza que, incluso si se qui