El cuadrilátero ardía bajo la luz de las antorchas, iluminando las gradas repletas de manadas que esperaban el combate final. Todos habían luchado, todos habían sangrado, y ahora quedaban frente a frente los dos hermanos que compartían la misma sangre, pero no el mismo destino.
Adrián respiraba con dificultad, cada músculo de su cuerpo tenso, las heridas acumuladas ardiendo bajo su piel. Había resistido nueve rondas, desgarrado por dentro, pero jamás doblegado. Su hermano Erick, en cambio, parecía disfrutar de la tensión, con una sonrisa torcida y los ojos brillando con la ambición de alguien que no solo quería ganar, sino aplastar.
El juez levantó la mano.
—¡Última ronda! ¡Adrián contra Erick, la batalla decisiva!
El rugido del público estremeció el aire. Las manadas sabían lo que significaba aquel enfrentamiento: no solo puntos o un torneo, sino el liderazgo, el destino de Luna Creciente y Luna Nueva.
El primer choque fue brutal. Ambos se lanzaron con la fuerza de sus lobos contenid