El despacho de los alfas estaba silencioso, apenas iluminado por la tenue luz de las lámparas y el resplandor anaranjado del fuego en la chimenea. Adrián revisaba algunos informes de seguridad cuando oyó el suave crujido de la puerta. No necesitó alzar la vista para saber quién era.
—No recuerdo haber pedido refuerzos —bromeó sin dejar de escribir.
Emili sonrió desde el umbral.
—Tampoco pediste mi compañía, pero eso nunca me ha detenido.
Él alzó la mirada, y su gesto se suavizó al verla. Se recostó en el sillón, dejando el documento a un lado.
—Ven aquí.
Emili caminó hacia él con esa elegancia natural que nunca perdió, incluso después de años de liderar junto a él una manada entera. Cuando llegó a su lado, se acomodó en sus piernas como siempre lo hacía cada vez que tocaban temas sensibles. Su cuerpo encajó en el suyo con la familiaridad de una promesa.
Adrián la rodeó con los brazos, hundiendo el rostro en su cuello.
—¿Qué sucede? —preguntó con voz ronca.
Emili fingió una mueca travi