(Perspectiva de Viktor)
El aire en la cabaña de Estrella Plateada olía a sudor, cuero curtido y frustración.
Una frustración que hervía en mi sangre, golpeando con cada latido.
Estaba atado a una maldita silla, las muñecas ardiendo por la plata forrada que aquella pequeña demonio rojiza había usado con precisión quirúrgica.
El chupetón en mi cuello palpitaba como una herida viva. No solo dolía: ardía. Una firma oscura, perfecta, marcada con dientes y desafío.
Diana de Luna Creciente.
Mi condena.
Mi cazadora.
Tiré de las esposas otra vez, gruñendo cuando la plata mordió más fuerte. No cedía. No lo hacía nunca.
Mi lobo rugía en el interior, furioso y excitado a partes iguales. Quería romper las cadenas, perseguirla, empujarla contra un árbol y recordarle a esa loba indómita a quién pertenecía realmente.
Pero no podía.
No cuando ella había ganado esta ronda con una elegancia cruel.
El recuerdo era nítido: su sonrisa triunfal, la suavidad de su piel, el sabor a hierro y deseo en su cuello