El bosque se encontraba iluminado por cientos de antorchas que marcaban el sendero de regreso a las cabañas. Cada manada marchaba en silencio, con la solemnidad de quienes entendían que el torneo había terminado y que los resultados marcarían el destino de generaciones enteras.

Los miembros de Luna Creciente regresaban erguidos, con una mezcla de orgullo y alivio pintada en sus rostros. Habían alcanzado lo que pocos creyeron posible: independencia, prestigio y un segundo puesto que los colocaba entre las manadas más fuertes del mundo.

Selene, caminando junto a Emili y Sarah, los observaba con satisfacción. Sus muchachos, esos que había criado y defendido contra todo, habían demostrado que no necesitaban vivir bajo la sombra de otros.

—Míralos, Emili —dijo con una sonrisa suave—. Por primera vez en años, caminan con la frente en alto.

La joven luna acarició distraídamente el brazalete en su muñeca, un regalo de su madre antes de partir.

—Y es solo el inicio… —murmuró—. Adrián los lleva