La mañana era clara y fresca. El rocío aún se aferraba a las hojas cuando Emili caminó hacia la sala de reuniones de la manada. El salón, amplio y de techos altos, estaba adornado con mapas colgados en la pared y tablones de madera donde solían colocarse notas y planes de patrulla. Allí la esperaban Samuel y un pequeño grupo de guerreros que habían sido convocados por Adrián para la primera sesión de planificación estratégica.
Samuel se levantó al verla entrar. Llevaba una libreta en mano y sus gafas se deslizaban apenas por el puente de su nariz. No era el más imponente físicamente, pero aquella serenidad analítica que desprendía se había ganado la atención de todos desde el simulacro.
—Buenos días, Emili —saludó con respeto.
Ella le devolvió una sonrisa cálida.
—Buenos días, Samuel. Hoy tenemos mucho trabajo.
Los guerreros presentes, hombres y mujeres acostumbrados al entrenamiento físico, intercambiaron miradas. Para ellos, la defensa siempre había sido cosa de fuerza, co