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DESTINADA A SER TU LUNA.
DESTINADA A SER TU LUNA.
Por: ABBYLU2025
Capítulo 1– La Noche de la Luna Clara

El bosque de la manada Luna Azul se extendía hasta donde alcanzaba la vista, cubierto por un manto de estrellas que anunciaba la llegada de una noche especial. En la aldea, los preparativos habían comenzado desde temprano: guirnaldas hechas con flores silvestres adornaban las casas de madera, las hogueras estaban listas para encenderse, y los niños corrían de un lado a otro aguardando la fiesta que marcaría el paso a la adultez de Emili, hija del beta.

Ella caminaba entre la multitud con una sonrisa tímida, saludando a los ancianos que la felicitaban y a los pequeños que corrían a abrazarla. Era querida por todos, incluso respetada, aunque la sombra de un temor pesaba sobre sus hombros: su lobo aún no había despertado. Con dieciocho años recién cumplidos, seguía siendo una latente, una excepción peligrosa en un mundo donde la fuerza definía el destino.

Bastian, su hermano mayor, se mantenía a su lado, animándola con chistes y empujoncitos cariñosos. Juntos habían crecido con Jackson, el hijo del alfa Magnus, y con Ronan, hijo del gamma Arvid. Los cuatro habían sido inseparables desde cachorros, y aunque las cosas habían cambiado con el paso del tiempo, aún quedaba el eco de aquella unión. Para Emili, Jackson siempre había sido algo más que un amigo. Había en su pecho un cariño que con los años se transformó en un silencioso flechazo. Pero sabía que los sentimientos de él eran distintos: Jackson la miraba con ojos de hermano, protector, firme, como quien vela por alguien frágil.

Aun así, esa noche Emili tenía la esperanza secreta de que la Luna, en su sabiduría, le revelara un destino luminoso. Sus padres, Einar y Lidia, eran ejemplo vivo de lo que un verdadero vínculo podía significar, y ella soñaba con un amor semejante.

Cuando la luna alcanzó su punto más alto en el cielo, Clariza, la Luna del alfa y madre de Jackson, apareció entre la multitud con un pastel en sus manos. La mujer, a quien Emili quería como a una tía, se acercó con una sonrisa radiante.

—Feliz cumpleaños, pequeña —susurró al abrazarla, mientras la joven sentía el calor maternal de su afecto.

El corazón de Emili latía con fuerza. Todo estaba preparado para que la celebración comenzara. El alfa Magnus alzó la voz, convocando a los presentes a reunirse alrededor de la plaza central. Bastian, a través del enlace mental, anunció que estaba en camino.

—Esperen, ya casi llego… —su voz resonó en la mente de su hermana.

—Apresúrate —le respondió Emili con ternura—, te estoy esperando.

Pero antes de que Bastian llegara, ocurrió lo inesperado.

El aire cambió. Una oleada de aromas invadió los sentidos de Emili. Su olfato se agudizó como nunca antes, y un perfume dulce mezclado con menta y madera penetró en su pecho, envolviéndola por completo. Sus pupilas se dilataron, sus músculos se tensaron. Con la respiración entrecortada, giró la cabeza hacia la dirección de aquel olor.

Y lo vio.

Jackson, de pie entre la multitud, observándola con el ceño fruncido.

La multitud quedó en silencio. Un murmullo recorrió la plaza, y muchos entendieron lo que estaba ocurriendo: el vínculo había sido revelado. Jackson y Emili eran pareja destinada.

La joven dio un paso al frente, temblando.

—Emm… Jackson… —balbuceó, la emoción desbordándose en sus ojos.

Pero en el rostro de él no había alegría, ni sorpresa agradable. Solo tensión, dolor, y algo peor: decepción.

El beta Einar lo notó enseguida, y su instinto lo hizo erguirse, dispuesto a proteger a su hija. Pero antes de que pudiera intervenir, Jackson habló con voz firme, aunque sus palabras estaban teñidas de un sufrimiento que intentaba ocultar.

—Lo siento, Emili… —dijo, y el silencio se hizo más pesado—. Pero no puedo aceptarte.

Un nudo de dolor desgarró el pecho de la joven. Sus ojos se abrieron con incredulidad, mientras su cuerpo temblaba. El rechazo dolía como un hierro candente que atravesaba el alma, un grito que no se escuchaba pero quemaba por dentro.

Jackson apretó los puños, cerró los ojos un instante, y continuó.

—Como futuro líder de esta manada necesito que mi Luna sea fuerte. Y tú… tú aún no tienes un lobo. Eres una latente.

Un gruñido resonó en el aire. Einar, el beta, se adelantó furioso, con los ojos encendidos y los colmillos amenazando con salir.

—¡Suficiente! —rugió, su voz cargada de ira—. No es necesario hacer esto aquí.

La manada entera observaba con asombro. Jamás habían visto al beta desafiar públicamente a los líderes.

El alfa Magnus intervino, levantando una mano para imponer calma.

—Es mejor tranquilizarnos. Jackson, este no es el momento ni el lugar. Recuerda el torneo que se aproxima. Si rechazas el vínculo, no podrás participar.

El torneo de manadas era más que una competencia: era un evento crucial donde se determinaba la fuerza de cada clan y su posición en la jerarquía. Rechazar a la pareja destinada significaba herir el alma, y esas heridas no sanaban en semanas, sino en meses.

Jackson bajó la mirada, luchando contra la presión de su propio padre y la voz de su lobo, que se rebelaba contra sus palabras. Aun así, respondió con frialdad.

—Participaré en el torneo, padre. Pero no le daré falsas esperanzas a nadie. Mi rechazo es definitivo.

El mundo de Emili se quebró en ese instante. Su cuerpo perdió fuerzas, y de no ser por el abrazo de Lidia habría caído al suelo. Las lágrimas se agolparon en sus ojos mientras, con un hilo de voz, susurraba:

—Vamos, madre… ya no quiero estar aquí.

Lidia asintió, conteniendo su propio dolor, y tomó a su hija de la mano. Mientras avanzaban hacia la salida, los lobos de la manada hicieron un pasillo. A su paso, las cabezas se inclinaban, las manos se extendían para acariciar su brazo, su cabello, transmitiéndole consuelo. Nadie estaba de acuerdo con la decisión de Jackson, nadie celebraba aquel rechazo. Emili era una de ellos, alguien que había cuidado de los niños, servido en el centro médico, ayudado en cada tarea comunitaria.

Ella no era débil a los ojos de la manada. Pero lo era para el futuro alfa.

Cuando llegaron a la casa, Emili subió directamente a su habitación. Se dejó caer sobre la cama y rompió en llanto, un llanto desgarrador que sacudía su cuerpo entero. Lidia se sentó a los pies de la cama, acariciando suavemente su pierna, sin decir nada.

Porque no había palabras que pudieran aliviar ese dolor.

Y mientras la luna Clariza brillaba desde lo alto, testigo de la tragedia, Emili comprendió que esa noche no solo había perdido un sueño, sino que había comenzado una batalla que aún no entendía.

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