El amanecer aún no había llegado cuando el alfa Magnus cruzó el umbral de la casa del beta. Sus pasos firmes resonaron en la madera, cargados de una tensión que ni siquiera intentaba ocultar. A su lado iba Clariza, la Luna de la manada, con el rostro abatido y un pastel aún intacto en las manos. Había esperado toda la noche para hablar con Emili, pero apenas se acercó a la puerta de su habitación, Lidia se interpuso.
—No entrarás —dijo con un tono tan bajo como gélido, como solo una madre herida podía hablar.
Clariza la miró sorprendida, sintiendo el filo de aquel rechazo.
—Lidia… yo solo quiero verla. Es como una hija para mí.
—¿Una hija? —replicó, y sus ojos chispearon de furia contenida—. Entonces deberías haberla protegido. No me importa que tu hijo no la acepte como su compañera, eso puedo comprenderlo, aunque duela. Pero la humillación que sufrió… eso jamás debió ocurrir. Jackson la rompió delante de toda la manada, y ustedes lo permitieron.
Clariza bajó la mirada, incapaz de replicar. Lidia dio un paso más, erguida, firme como una Luna que defiende a su cachorro.
—Ella no necesita tu compasión fingida. Ni tuya, ni de tu esposo. Mi hija no es moneda de poder para sus torneos ni una excusa para justificar debilidades. Ahora vete.
Clariza tragó saliva, y por primera vez en mucho tiempo, aceptó retirarse en silencio.
Abajo, en la oficina del beta, las cosas no eran mejores.
—Einar, sabes tan bien como yo que en el fondo Jackson tiene razón —habló Magnus, la voz grave, cansada—. La manada necesita una Luna fuerte. Emili no tiene lobo aún, y si llega a presentarse tarde, será débil. Una pareja así puede convertirnos en blancos fáciles.
Einar apretó los puños.
—Eso no lo sabes. Emili ha dado más por esta manada que muchos de tus guerreros. Se merecía respeto, Magnus. No porque sea mi hija, sino porque lo ha ganado.
Magnus suspiró, pasándose la mano por la cara.
—Créeme que te entiendo. Yo también quiero matar a mi hijo en este momento. Pero su decisión ya fue tomada, el rechazo está hecho. Ahora solo podemos esperar que las cosas se calmen. Y eso solo pasará si ella se aleja por un tiempo.
Los ojos de Einar se entrecerraron, helados.
—¿Alejarla?
—Sabes tan bien como yo que si permanece cerca, el vínculo se prolongará. Mientras más lejos esté, más rápido se debilitará. Tengo amigos en otras manadas, pueden cuidarla hasta que…
—¡Suficiente! —rugió Einar, golpeando la mesa con fuerza—. Largo.
Magnus se irguió, sorprendido por el tono.
—Einar, escucha, esto será lo mejor para todos. Luego todo volverá a la normalidad.
—Eres mi alfa y siempre te respetaré. Pero dentro de mi casa no me dirás qué hacer con mi hija, ni me obligarás a apartarla de mí. Ahora vete.
El silencio que siguió fue pesado como una sentencia. Finalmente, Magnus asintió, dándole la espalda.
—Lo dejaré pasar porque sé que hablas desde el dolor. Pero piénsalo.
La puerta se cerró tras él, y por primera vez en muchos años, la amistad entre alfa y beta quedó resquebrajada.
Emili, en su habitación, había escuchado cada palabra. Sus sentidos, aunque no eran tan agudos como los de un lobo completo, bastaban para captar las discusiones, las lágrimas, los susurros que recorrían la casa. Y con cada frase, la herida en su pecho se hacía más profunda.
Era la primera vez que veía a sus padres enfrentarse a sus líderes, a sus amigos de toda la vida. Y todo, todo, era por su culpa. Si ella no existiera, sus vidas serían más fáciles.
Ni siquiera Bastian había estado allí esa noche. Su ausencia la desgarraba más que las palabras de Jackson.
El sol comenzó a teñir de dorado el horizonte cuando, finalmente, la puerta se abrió. Era su hermano. Su mirada estaba cansada, marcada por ojeras y una tristeza que lo hacía parecer mayor.
—¿Cómo está ella? —preguntó a sus padres, deteniéndose en el umbral.
Einar y Lidia lo miraron con el ceño fruncido, como acusándolo de haber abandonado a su hermana en el momento más duro. Bastian apretó la mandíbula y suspiró.
—Vayan a descansar. Yo me quedaré con ella.
Emili, que había escuchado la conversación, volteó hacia ellos. Su rostro estaba hinchado, los ojos irritados, pero aún así esbozó una mueca que intentaba ser sonrisa.
—Estaré bien… vayan a descansar.
Con un beso y un abrazo, sus padres se retiraron, dejando a los dos hermanos solos.
Bastian se sentó en el borde de la cama.
—¿Cómo te sientes, pequeña? —preguntó, y enseguida se arrepintió de la estupidez de su frase—. Lo siento… intenté hacerlo recapacitar. Le dije que eras fuerte, que eras valiosa, que eras parte de esta manada. Pero se niega. No quiere aceptar que la diosa Luna te haya puesto en su camino.
Las lágrimas resbalaron otra vez por el rostro de Emili. Lo abrazó con fuerza, escondiendo el rostro en su hombro.
—Eres un gran hermano, Bastian. No lo olvides. Ahora descansa tú también.
—No me iré.
—Estaré bien —mintió, con voz temblorosa.
Al final, él cedió, besando su frente antes de retirarse.
—Te amo, hermana. No lo dudes nunca.
Cuando el silencio llenó la casa y todos parecían por fin descansar, Emili se levantó. Con manos temblorosas tomó una pequeña bolsa, metió algunas ropas y, en el escritorio, escribió una carta.
La dobló con cuidado, dejando caer una lágrima sobre la tinta aún fresca.
Carta de Emili
“Papá, mamá, Bastian:
Sé que todo lo que ha ocurrido les duele, y que luchan por mí. Pero no quiero que sigan enfrentándose a sus líderes ni a la manada por mi causa. Yo no valgo una guerra.
No me busquen. Necesito irme para que el vínculo con Jackson muera y para que ustedes puedan volver a vivir en paz.
No sé si algún día encuentre a mi lobo. No sé si algún día regrese. Pero lo que sí sé es que los amo más de lo que puedo decir, y que lo último que quiero es seguir siendo una carga.
Cuídense, y recuérdenme como la Emili que siempre intentó sonreír por ustedes.
Con amor,
Emili.”
Con la carta sobre la mesa, Emili salió sigilosamente. Tomó las llaves del auto y, sin mirar atrás, arrancó hacia la carretera. El rugido del motor se mezclaba con los latidos de su corazón, mientras las lágrimas nublaban su vista.
La Luna se apagaba en el cielo, dando paso al sol. Y con él, comenzaba el exilio de una joven que aún no sabía que su destino apenas estaba escrito.