Los días siguientes en la Cuenca se volvieron una rutina intensa: entrenamiento al amanecer, sesiones tácticas por la tarde y revisiones de estrategia por la noche.
La tercera ronda de los Juegos se acercaba rápido: una caza nocturna en el bosque del norte, un territorio donde cualquier paso mal dado podía costarle a una manada su clasificación.
Diana se adaptó al ritmo como siempre, pero su mente estaba en otra parte.
Por fuera, era la misma loba disciplinada, rápida y estratégica que todos conocían.
Por dentro, estaba hecha un nudo.
Los entrenamientos se sucedían sin descanso.
Primero carrera a campo traviesa.
Luego escalada sobre estructuras de madera.
Después tiro con arco hasta que el antebrazo ardía.
Todo junto a Nikolai, Claus, los trillizos y Alex…
pero sin un solo segundo para escapar del ojo vigilante de su manada.
Porque cada vez que intentaba desaparecer un momento, siempre, sin falta, alguno de los trillizos la encontraba.
Y ya no había manera de creer que era casualidad.