El camino de regreso a la manada Luna Creciente se sintió distinto esa vez. Para Emili, cada kilómetro que la alejaba de Willow Creek era como arrancar las últimas raíces de una vida que había construido con tanto esfuerzo, pero que ya no le pertenecía. El coche avanzaba ligero entre la espesura del bosque y, a medida que los árboles se cerraban, su corazón latía más rápido. No llevaba muchas cosas; apenas unas cuantas cajas que resumían cinco años de existencia humana: ropa, algunos libros, recuerdos de Martha y pequeños objetos que atesoraba como símbolos de su independencia.
Cuando al fin cruzaron la frontera invisible de la manada, un coro de aullidos resonó a lo lejos. Emili se estremeció. No eran gritos de alerta, sino de bienvenida. Y aunque no lo admitiera en voz alta, sentir que alguien esperaba su llegada le provocó un nudo en l