El viento cambió. Fue lo primero que notó Valeria aquella mañana mientras observaba el amanecer desde el porche de la cabaña. Un escalofrío recorrió su espalda, erizando cada vello de su cuerpo. No era el frío del otoño que comenzaba a asentarse en el bosque, sino algo más primitivo, un instinto que había permanecido dormido desde que encontró refugio en la manada de Kael.
Acarició su vientre, ahora notablemente abultado. El bebé se movió, como si también percibiera la inquietud de su madre.
—Algo no está bien —murmuró para sí misma.
Desde la distancia, el aullido de un lobo cortó el silencio del amanecer. No era el llamado de Kael ni de ningún miembro de la manada que pudiera reconocer. Era un sonido extraño, casi olvidado, pero que despertaba en ella memorias enterradas.
—Valeria —la voz de Kael la sobresaltó. No lo había escuchado acercarse, señal de lo distraída que estaba—. ¿Lo sentiste?
Ella asintió, girándose para mirarlo. El rostro de Kael mostraba una tensión que rara vez dej