La noche había caído sobre el territorio con un manto de estrellas que parecían observar, cómplices silenciosas de lo que estaba por suceder. Valeria permanecía en la habitación que Kael le había asignado, con la ventana abierta, dejando que el aire fresco acariciara su rostro mientras sus manos descansaban protectoramente sobre su vientre. El bebé se había movido con más fuerza últimamente, como si percibiera la tormenta emocional que agitaba a su madre.
Tres golpes secos en la puerta la sobresaltaron. No necesitaba usar sus sentidos para saber quién estaba del otro lado. El aroma de Kael, intenso y salvaje como un bosque después de la lluvia, se filtraba por las rendijas de la madera.
—Adelante —dijo con voz firme, aunque su corazón latía desbocado.
La puerta se abrió con un chirrido y la imponente figura de Kael llenó el umbral. Sus ojos, usualmente fríos y calculadores, ardían con una emoción que Valeria no podía descifrar completamente. ¿Era furia? ¿Deseo? ¿Decepción? Quizás una