La tormenta arreciaba en el exterior. Las gotas de lluvia golpeaban con furia el techo del refugio, creando una melodía caótica que, paradójicamente, resultaba reconfortante. Valeria se encontraba sentada frente a la chimenea, observando cómo las llamas danzaban caprichosamente, proyectando sombras alargadas sobre las paredes de madera. Kael había salido momentos antes para asegurar las ventanas y revisar que todo estuviera en orden.
El refugio, una cabaña perdida en lo profundo del bosque que pertenecía a la manada de Kael, se había convertido en su escondite temporal. La amenaza de los cazadores los había obligado a buscar un lugar seguro, lejos de miradas indiscretas y posibles ataques.
Cuando Kael regresó, sus ropas estaban ligeramente húmedas. Se sacudió como lo haría un lobo, provocando una sonrisa en Valeria.
—Parece que estaremos aquí un buen rato —comentó él, acercándose a la chimenea para calentarse las manos—. La tormenta no cederá hasta mañana, según mis instintos.
—Tus in