28- Puertas Que No Deben Abrirse
Leonardo

El golpe en la puerta fue como un trueno, arrancándome del frágil refugio que Clara y yo habíamos construido en esa habitación húmeda. Su cuerpo temblaba entre mis brazos, y yo lo sentí como si el miedo le atravesara la piel. La voz ronca, cargada de odio y algo más oscuro, se coló por cada rendija.

—Clara, sé que estás ahí. Llegó la hora de ajustar cuentas.

No necesitaba verlo. Lo supe. Ese tono, esa amenaza…

Me quedé quieto, aún con la mano en su cintura. La lluvia martillaba el techo del Motel, pero ni ese ruido lograba ahogar la violencia contenida en su voz. Sentí a Clara encogerse. Se apartó de mí con la respiración rota y los ojos dilatados de terror.

—Bruno… —susurró, como si decir su nombre pudiera invocar algo peor.

Me miró. Y en esa mirada había tanto: miedo, culpa, secretos que no terminaba de contar. Y algo más. Como si en mí buscara no solo una salida… sino una fe que creía perdida.

Mi mente se disparó, repasando la noche: la gala, la copa derramada, la huida ba
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