Bruno
Siempre supe que Clara terminaría huyendo. Lo que no imaginé era cuánto me dolería tener razón.
Cuando vi esas imágenes en la sala de vigilancia —Leonardo saliendo primero, Clara colándose al auto desde los arbustos como una sombra—, algo se encendió dentro de mí. No fue solo rabia. Fue un hambre primitiva, como si la última parte de mi alma que aún se mantenía a raya se hubiera despertado de un largo sueño.
Era el mismo sentimiento que me golpeó años atrás, cuando todo se fue al carajo. No podía culpar a mi padre por lo que pasó, no cuando él ni siquiera dejó herencia. Pero, ¿quién podía culparse a sí mismo más que yo? Me habían hablado de las consecuencias, pero elegí ignorarlas. Elegí creer que siempre habría una salida, que la vida era solo un juego. Y al final, cuando la última carta se jugó, fue solo mi culpa que todo se fuera al infierno. La única diferencia es que ahora, Clara me había dejado sin lo único que me quedaba: la oportunidad de salir.
Siempre supe que Clara se