Leonardo
El sonido del teléfono, minutos después de colgar con Clara, resonaba en el silencio de mi nuevo apartamento en Zúrich como una campana de alarma. No era el timbre habitual, sino una llamada de conferencia, con un tono oficial y urgente. La pantalla mostraba el nombre de la Dra. Karen Eisenberg, y debajo, un número desconocido, seguramente de algún miembro del consejo directivo de la clínica. El aroma a café, que hasta hacía poco me había parecido reconfortante, ahora se sentía pesado, acre, como un presagio.
Mi mirada se detuvo en la foto de Clara en mi pantalla de bloqueo: su sonrisa, su fuerza, la promesa que me había hecho de esperarme. "No te rindas, Leo," había dicho. Sus palabras eran un bálsamo en medio de la tormenta, pero también una presión invisible. Esta vez, no solo luchaba por mi reputación, sino por un futuro con ella.
Respondí la llamada. La voz de la Dra. Karen Eisenberg, normalmente serena y controlada, sonaba tensa.
—Dr. Leiva, me alegra que haya respondid