Narrador
El salón principal del Hotel Gran Esmeralda brillaba con una opulencia dorada. Bajo candelabros que colgaban como promesas a punto de romperse, las mesas cubiertas de blanco resplandecían con una perfección casi violenta. Un cuarteto de cuerdas llenaba el aire con una melodía suave, pero inquietante, como si intentara contener una tormenta. Camareros impecables flotaban entre vestidos de gala y trajes oscuros; médicos, donantes y políticos se movían con la precisión de actores en una obra que todos fingían disfrutar.
Pero la ausencia de Julieta —una de las organizadoras— empezaba a sentirse como una grieta profunda en medio del espectáculo. El murmullo se volvía más espeso con cada minuto:
—¿Dónde está Julieta?
—La han llamado, pero no responde.
—Tiene que hacer las presentaciones…
La incertidumbre se filtraba como agua bajo las puertas. Algo no cuadraba.
Desde un rincón, Alonso observaba. En una mano, un vaso de whisky; en el bolsillo interior del saco, un frasco pequeño.