31- El Cerco Se Cierra

Martina

La lluvia caía como una sentencia, un velo de agujas frías que calaba mi abrigo y enturbiaba los contornos del pueblo. Aun así, no podía apagar la furia que me ardía en el pecho. Clara y Leonardo se nos habían escurrido otra vez, desapareciendo de la pensión La Luna como humo entre dedos temblorosos. Bruno había fallado. Su rabia era como una herramienta oxidada: letal, pero inútil si no se usaba con precisión.

Me apoyé en el capó aún tibio de mi auto. Sentí el calor disiparse lentamente bajo mis manos húmedas mientras miraba el letrero de neón de la pensión parpadear con desesperación bajo la tormenta. Estaban cerca. Lo sabía. No era intuición: era certeza. Una punzada eléctrica me recorría la nuca, como si pudiera oler el miedo de una presa agazapada.

El teléfono vibró. Alonso. Contesté con un gesto automático, casi sin pensarlo.

—¿Dónde estás? —Su voz era cortante, cargada de la misma obsesión que ambos compartíamos: él quería a Clara lejos de Leonardo, como yo quería a Leo
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