Volviste… y eso basta.
Renata Lennox-Spencer
Me senté frente a la puerta de la unidad de cuidados intensivos por más de nueve horas.
No me importó que el personal médico me dijera que no podía estar allí.
No me importó que aún me doliera el rostro, las costillas, el alma.
No me importó que cada parte de mí reclamara descanso, hielo, o analgésicos.
No me importó nada. Porque Marcos estaba vivo. Y eso, al final del día… ya era un milagro.
Durante los primeros días después del rescate, los médicos hablaron en voz baja, como si las palabras fuertes pudieran hacer retroceder su progreso.
“Estable, pero no fuera de peligro”.
“Reacciona a estímulos, pero no despierta.”
“El pulmón sigue en observación.”
“El cuerpo responde… pero lentamente.”
Yo solo asentía, escuchaba en silencio, y rezaba.
No a Dios. Si no que a él.
Le hablaba en susurros cuando entraba con la bata estéril, la funda de los zapatos y todo el equipo.
Le tomaba la mano vendada. — acariciaba sus palmas, lo que qu