CAPÍTULO 41

La libertad también duele

Luciano Lennox-Spencer

No sabía que el silencio de una sala de urgencias podía sonar tan parecido a una sentencia.

Ni que el zumbido de las máquinas, monitoreando a alguien, pudiera doler tanto como un disparo.

No lo sabía…

Ni tampoco sabía que el miedo podía tener rostro.

Y ese rostro era el de mi hermana, en una camilla, pálida, con las manos sobre su vientre, mirando hacia ningún lugar.

Ya habían pasado cinco horas desde el operativo. Cinco horas desde que los sacos de ese lugar.

Cinco horas Desde que matamos a Jasón.

Desde que Marcos cayó en mis brazos con el cuerpo sangrante y la mirada vacía.

Desde que creí que, después de todo lo que hicimos… íbamos a perderlo.

Y si eso pasaba… No sabía cómo Renata iba a sobrevivir.

Hice traer a Isabella y las puse a ambas en la misma habitación, una al lado de la otra y me senté entre ellas.

Entre Renata, que estaba recostada en una camilla con sueros y otras máquinas, apenas hablando, el rostro destrozad
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