He estado vagando por la tierra durante siglos gracias a los sacrificios de mi secta, esperando que mi destinada al fin llegue a este mundo. Mientras tanto, me preparo para ella.
He estudiado medicina por años; podría curar el cáncer, incluso el SIDA. Pero, ¿por qué ayudar a los humanos cuando lo único que hacen es despreciar a mi especie?
Que sigan muriendo; al fin y al cabo, son enfermedades que jamás van a desaparecer. Y cuando les toca la hora de partir, le rezan a un dios que ni siquiera existió... qué ingenuos.
Si supieran que la única fuerza sobrenatural en este mundo somos nosotros, los demonios, y que usamos a sus mujeres para poder materializarnos gracias a sus cuerpos...
Yo, el demonio más antiguo del Inframundo, Ares Maswell, sacrifiqué a mi hermano Jack para poder salir nuevamente del infierno. Él no tiene idea de cuántos siglos lleva atrapado en el infierno, pero me dio la oportunidad a mí, ya que no quiere ningún vínculo con nuestra destinada. Se niega a depender de ella para estar en su mundo.
Ella ya tiene un año desde el día en que sus padres la concibieron, y era hora de ir a hablar con ellos, para advertirles que si ella es tocada por un humano, o simplemente llega a morir, ellos lo pagarán con su vida.
Al llegar a la casa de sus padres, ellos casi mueren del susto; sabían quién era yo, sabían de ese rumor de demonios, pero no sabían que realmente era real. A la madre casi le da un infarto al saber que su hija era una destinada, y del padre mejor ni hablamos.
Después de que ella cumpla 20 años, regresaré por ella para llevar a cabo el ritual y poder tocar esta tierra sin el temor de que un día vaya a desaparecer.
Sin embargo, cuando mi destinada cumplió los 18, se salió de la casa de sus padres, lo cual me obligó a salir de mi encierro para seguirla. Se metió a trabajar en una cafetería medio turno y estudiaba por las mañanas. Al parecer, sus padres la educaron bien; llevaba una vida tranquila y solo tenía una amiga: Liza.
Liza: Que haces limpiando mesas, ya vámonos, vamos a llegar tarde a la fiesta.
Artemisa, es el nombre que escogí para mi destinada, y que podía oler a kilómetros. Ahora que había entrado en su edad adulta, su olor había cambiado; ya no era ese olor a niña, ahora era el de una mujer. Y cuando me acercaba más a donde ella estaba, ese olor se hacía más fuerte.
Mi destinada también podía sentirme; también se le aceleraba el pecho al sentir mi presencia, y podía ver cómo me buscaba. El deseo que crece en cada uno es tan fuerte que ahora que me sintió, no podrá sacarse de la cabeza que algo o alguien le falta. Y puedo sentir un poco de culpa, porque ya no tendrá paz hasta el día en que sea poseída por mi cuerpo, y siembre en ella mi semilla para seguir con mi legado.
Artemisa: ¡Vamos o me volveré loca en este lugar!
Liza: ¿No pensarás llegar vestida así a esa fiesta, verdad?
Artemisa: ¡Claro que no, tonta! En la mochila traigo un cambio y calzado.
Tengo exactamente 4 meses desde que me salí de la casa de mis padres; ya no aguantaba sus maltratos y esas indirectas de mi padre que cada vez me asustaban más. La última noche que estuve ahí, había llevado a un amigo; entre los dos sería una tarea, y así fue. Al terminar, decidimos pedir pizza y ver unas películas para quitarnos un poco el estrés del trabajo de la semana. Pero nunca pensé que mi mejor amigo gustara de mí; fue algo sorpresivo, y cuando se lanzó para besar mi boca, no supe qué hacer.
En eso sale mi padre de la cocina y lo aparta de mí de un golpe, dejándolo tirado en el suelo. Quise defenderlo, pero mi madre ya estaba atrás de mí sujetándome. Mi padre lo sacó casi arrastras de la casa y entró enfurecido.
"¿¡Acaso estás loca!? ¿Quieres que nos mate, o qué m****a tienes en la cabeza?", habló a gritos mi padre.
"Padre, ¿qué te pasa? Es solo un amigo...", dije, pero no me escuchaba. "Si el señor Ares Maswell se entera, no sé qué sería de nosotros."
Artemisa: Ares Maswell... Papá, Mamá, ¿qué está pasando?