Capítulo 33

El silencio era más pesado que una piedra.

Atenea yacía en la cama, con las extremidades doloridas y la piel erizada por el calor de la batalla y la confusión. Las sábanas se le pegaban a la espalda, húmedas de sudor. No podía descansar. No con todas las cosas que gritaban constantemente en su cabeza, creando un enorme caos en su interior.

No con él en la habitación.

No con Ragnar sentado en ese sillón maldito como un demonio de guardia. Parecía tan enorme que su presencia intimidante hacía que su habitación pareciera más pequeña, por no mencionar su fuerte olor.

Oyó el sonido bajo de su respiración. Controlada. Medida. Pero debajo, algo hervía a fuego lento. El sonido de la violencia era contenido. La sangre se secaba a borbotones sobre su pecho desnudo, descascarándose en su clavícula. Sus garras ya no estaban, pero había grabado el recuerdo de la muerte en el suelo, las paredes, el aire.

Atenea apartó la cara de él, pero no ayudó. Todavía podía sentirlo como una tormenta agazapada
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