Inicio / Romance / DE EMPERATRIZ A PRIMERA DAMA / Capítulo 3 – Cuando el Imperio se Inunda.
Capítulo 3 – Cuando el Imperio se Inunda.

POV CAMILA.

Una semana paso desde que llegue a este mundo, sigo aprendiendo de sus tecnologías como la llaman, no he visto al hombre que dice ser mi esposo ni a su amante, eso me ayuda a pensar en mis opciones, había recordado las memorias de Camila, ahora conocía su sufrimiento y todo lo que hacía para ayudar a ese hombre que la relego, la convirtió en una muñeca de exhibición, yo no era ella, yo soy una emperatriz despiadada y se lo voy a demostrar.

La lluvia era constante. Llevaba horas golpeando los ventanales, como si el cielo quisiera advertirme algo. Bajé las escaleras con paso firme, con los tacones resonando en el mármol como tambores de guerra. La escolta me esperaba en la entrada, ya informada de mis instrucciones. Desde anoche les dejé claro que no necesitaba la autorización de nadie para salir. Mucho menos de mi esposo.

—Vehículo listo, Primera Dama —me dijo uno de los hombres, inclinando apenas la cabeza.

Le respondí con un gesto breve, casi mecánico. Aún me resultaba extraño que me llamaran así, pero prefería eso a "la esposa del presidente". Eso sí que sonaba a condena.

Amelia me entregó un informe antes de subir al auto. Lo abrí de inmediato: una inundación al norte del país había dejado a miles de familias damnificadas. Siete mil doscientas personas sin hogar, sin agua potable, sin comida. Y ningún plan de acción claro. El gabinete había sido citado de emergencia esa misma mañana.

“Perfecto”, pensé. “Hora de conseguir aliados.”

El viaje fue silencioso. Observaba por la ventana los árboles caídos por la tormenta, los charcos que devoraban las aceras, y a la gente corriendo con bolsas en la cabeza como escudos inútiles. En mi otra vida, habría enviado tropas, comida caliente y arquitectos para reconstruir todo en una semana. Aquí, las decisiones se escondían detrás de correos, filtros y comités que no decidían nada.

Al llegar, nadie me detuvo. Nadie me preguntó qué hacía allí. Ni lo intentaron. Mis ojos, mi postura, y el modo en que crucé la puerta bastaron. Una mujer decidida no pide permiso.

Entré en la sala del gabinete con la cabeza en alto. Varios ministros ya estaban sentados. Algunos me miraron con sorpresa. Otros, con fastidio. Me abrí paso y me senté en una silla lateral, junto al extremo de la mesa. No esperé a que nadie me saludara.

Carlos levantó la vista, visiblemente molesto.

—¿Camila? ¿Qué haces aquí?

Lo miré con la calma afilada que perfeccioné durante años en mi antiguo imperio.

—Es una crisis nacional, ¿no? Como Primera Dama, tengo el deber de actuar. No pienso quedarme en casa organizando flores mientras el país se ahoga.

Vi cómo se tensaba su mandíbula. Me encantó.

—No tienes atribuciones para estar en esta mesa.

—Pues ya estoy sentada —respondí, abriendo el informe y acomodando mis papeles—. Si alguien tiene objeciones, puede pedirle a seguridad que me saquen de aquí. Pero dudo que lo logren.

Un murmullo incómodo recorrió la sala. El ministro de Defensa me lanzó una mirada curiosa. El de Interior, evitó la mía. Y en una esquina, como una espina mal disimulada, estaba Ángela. Su expresión era de absoluta indignación.

Apreté los dientes. Esa mujer me había subestimado desde el día uno. Me hablaba como si fuera una muñeca de porcelana, un adorno en la foto oficial. Me ignoraba, me corregía, me reprogramaba las citas sin consultarme. Pero hoy… hoy iba a escucharme.

Me levanté, sin pedir turno.

—Las zonas afectadas por la inundación incluyen seis veredas y tres municipios. Siete mil doscientas personas desplazadas. La mayoría sin acceso a servicios básicos. Mi propuesta es la siguiente: trasladar a las familias a los colegios que aún estén operativos, montar cocinas comunitarias y activar recolección de víveres en alianza con supermercados y fundaciones. Además, propongo abrir un canal oficial de donaciones, con fiscalización directa de la Contraloría. Esto no es una sugerencia: es una estrategia de guerra.

Silencio.

El ministro de Defensa asintió con seriedad.

El de Interior tomó notas como si acabara de recordar su trabajo.

Y Ángela… ah, Ángela parecía a punto de desmayarse.

Le lancé una mirada directa.

—Disculpen… ¿cuál es el rol de las asistentes en esta mesa? ¿También toman decisiones, o solo vigilan a las esposas?

La sonrisa que se le escapó al de Hacienda fue lo mejor de mi mañana.

Ángela se irguió, roja como un tomate.

—Señora, yo trabajo directamente con el presidente.

—Entonces hazlo desde afuera —le dije con voz baja pero cortante—. Aquí no te necesitamos.

Carlos no dijo nada. Nadie lo hizo. Ella salió hecha una furia. Yo me senté otra vez. Y por primera vez, me sentí realmente de regreso.

La reunión fluyó como un río que encuentra cauce. Cada propuesta mía era escuchada, valorada, anotada. Cuando finalizó, los ministros se levantaron uno a uno, algunos dándome un ligero asentimiento. Me bastaba eso. El respeto no se exige. Se gana.

Cuando todos salieron, Carlos se quedó sentado, con los brazos cruzados y los ojos oscuros.

—¿Qué estás haciendo, Camila?

—Gobernando —le dije, sin mirarlo.

—Me estás ridiculizando frente a mi equipo.

—No necesito ridiculizarte. Lo haces tú solo.

—¿Desde cuándo te volviste esta… mujer?

—Desde que me empujaste por las escaleras —respondí. Su rostro perdió el color—. ¿Pensaste que lo había olvidado?

—Camila… yo… fue un accidente.

—No lo fue. Me empujaste. Me viste caer. Y luego mentiste como un cobarde.

Se puso de pie.

—¡Cuidado con lo que dices!

Me acerqué lentamente, hasta quedar frente a él. Pude sentir su respiración, densa y alterada.

—No te tengo miedo, Carlos. Antes, tal vez. Pero esa mujer murió con el golpe. La que ves ahora… aprendió a sobrevivir.

Me giré para irme, pero me detuve en la puerta.

—Y por cierto… ya sé usar el celular. Y el portátil. Y las cámaras de Palacio. Estoy aprendiendo todo. Rápido. Así que si planeas algo más… asegúrate de hacerlo bien. Porque esta vez… no me vas a matar.

Salí sin mirar atrás. La lluvia aún caía, pero ya no me importaba. Porque en esta vida… el agua no me ahogaba. Me impulsaba. Y yo… yo estaba lista para gobernar. Otra vez.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP