CAPÍTULO 97 — LA CORONA Y EL PESO.
Ana se despertó con el peso de la corona invisible aplastándole el cráneo. El palacio de Zafir era un laberinto de mármol frío y ecos distantes, y esa mañana, su primera como emperatriz oficial, lo sentía como una cárcel. Se levantó de la cama revuelta, la mejilla aún marcada por el golpe de la noche anterior, aunque el moretón se disimulaba bajo capas de polvo facial que una doncella le aplicó con manos temblorosas. "Debo asistir a la audiencia matutina", pensó, el estómago revuelto. No tenía opción. Eros lo había ordenado.
El salón de audiencias estaba lleno de nobles, embajadores y sirvientes que se movían como sombras. Ana entró con el vestido rojo imperial que le apretaba la cintura hasta dejarla sin aliento. Las damas de la corte, agrupadas en un rincón, la miraron de arriba abajo. Eran mujeres de linaje antiguo, con rostros pintados y sonrisas que cortaban como cuchillos. Lady Vesperal, la más influyente, una viuda de ojos negros y lengua afilada, inclinó la cabeza apenas, pero