CAPÍTULO 93 — EL DÍA DEL IMPERIO.
El amanecer sobre Zafir no fue uno común. Desde antes del alba, el sonido de los tambores resonaba en la capital. Las calles estaban cubiertas de flores doradas y estandartes con el emblema imperial ondeaban desde cada torre. Nadie recordaba una celebración tan ostentosa. Era el día en que Eros se casaría y sería coronado como emperador de Zafir. Todo el reino se paralizó. Los mercados cerraron, las plazas se llenaron de gente y las campanas de los templos repicaron sin descanso.
Eros había ordenado que la boda y la coronación fueran un solo evento. Quería que el mundo lo viera convertirse en el hombre más poderoso del continente. Había gastado fortunas en banquetes, decoraciones y vestidos. Había traído vinos de reinos lejanos, sedas extranjeras y joyas que brillaban tanto que cegaban a quienes se atrevían a mirarlas por demasiado tiempo. Su objetivo no era solo celebrar; era dejar claro que Zafir estaba por encima de todos. Quería que Lumeria, Arkan y cualquier otro imperio entendie