CAPÍTULO 92— LA NOVIA EXTRANJERA.
Mientras Eros planeaba su coronación y su matrimonio con Ana, Alexandra iniciaba su viaje hacia Lumeria. Dos destinos que avanzaban en paralelo, separados por fronteras, pero unidos por el mismo destino que parecía disfrutar jugando con sus vidas.
El carruaje se movía por caminos largos y polvorientos. El sonido de los cascos de los caballos marcaba un ritmo constante, casi hipnótico. Alexandra miraba por la ventana y veía cómo el paisaje cambiaba lentamente, dejando atrás los bosques de Zafir para dar paso a las praderas abiertas del reino vecino. Iba acompañada por su madre, la duquesa, y un pequeño séquito de doncellas. Su padre no pudo acompañarla, pues debía quedarse a atender los asuntos del ducado. Antes de partir, la abrazó con fuerza y le dijo que confiaba en ella, que esperaba que en ese nuevo lugar encontrara lo que tanto había buscado: paz.
Carlos cabalgaba junto al carruaje. Su porte era recto, sereno, pero su mente no lo estaba. Había pasado noches sin dormir, repasando