CAPÍTULO 111 — CLAUDIA, LA REINA DE CENIZAS.
El comedor privado de Claudia estaba silencioso, salvo por el crujir de las velas consumiéndose en candelabros de hierro. La mesa estaba cubierta de restos: cáscaras de fruta podrida, huesos de pollo roídos, copas volcadas con manchas de vino seco. Claudia, en un vestido púrpura arrugado, estaba sentada sola, los ojos inyectados por el insomnio y el miedo, el cabello desordenado cayendo sobre los hombros. Sostuvo la copa que Ana le sirvió, el vino oscuro reflejando la luz parpadeante. No notó el leve temblor en la mano de la "criada" que se retiró, ni el olor casi imperceptible del veneno de raíz de sombra. Bebió un sorbo largo, el líquido amargo bajando por su garganta.
Segundos después, su rostro se crispó. Intentó hablar, un grito atrapado en la boca, pero la garganta se le cerró como si una garra la estrangulara. La copa cayó, estrellándose contra el suelo de mármol, el vino salpicando como sangre. Claudia se levantó, tambaleándose, las manos arañando el aire. "¡Ayuda!", logró gra