Por la noche, Lía llamó a Mikey su ayudante, se sentía culpable, había estado tan inmersa en su nueva vida y en el trabajo de la empresa, que había descuidado por completo el taller, en parte porque sabía que Mikey era bastante capaz de sacarlo adelante.
Él contestó después de varios tonos.
—¿Lía? —dijo Mikey — por fin, ¿Por qué no has respondido a mis llamadas? Ni a mis mensajes.
—Mikey, lo siento, estos últimos meses han sido bastante intensos. ¿Cómo estás? ¿Cómo va todo por allí?
—Mal, Lía, muy mal, el trabajo se me complicó muchísimo, estaba tan saturado que tuve que contratar a un ayudante.
—Mikey, eso está perfecto, necesitabas ayuda, yo no puedo regresar por ahora. Las cosas son complicadas, pero lo haré, más adelante, te lo prometo.
Él se quedó en silencio por un momento.
—Lía… ya no podrá ser.
Ella frunció el ceño, sintiéndose confundida.
—¿Qué quieres decir con que ya no podrá ser?
—Esta mañana… —Mikey suspiró— me han echado del taller, trajeron una orden de desalojo, tu pa