90. Tal vez no sea tuyo.
No recuerdo con exactitud en qué momento el aire dejó de ser respirable y se volvió un campo de batalla invisible, en qué segundo las miradas que me habían seguido con devoción comenzaron a volverse cuchillas que buscaban encontrar un hueco entre mis costillas, y tampoco podría decir con certeza si el primer golpe fue dado por el Forastero o por mí, porque en aquel instante el mundo estaba hecho de pulsos rápidos, de piel erizada y de ese filo extraño que separa el deseo del odio, como si bastara un suspiro mal dado para caer de un lado o del otro sin remedio.
Meira fue la primera en moverse, su silueta atravesando el círculo de luz que las antorchas habían marcado en el centro del patio, y su voz —grave, casi rota— dejó claro que aquello no sería un simple enfrentamiento de orgullo, sino una sentencia que se escribiría en carne viva.
—Te advertí que no jugaras con lo que es mío —dijo, y no supe si se refería al eco, al Forastero o a mí, y esa ambigüedad me atravesó como una descarga