10. Tocar sin devorar.

No sé cuánto tiempo llevo aquí abajo; las marcas que antaño trazaba en la piedra con la uña o con un pedazo de metal oxidado han quedado incompletas, como si en algún momento hubiese aceptado que el tiempo, en este lugar, es un animal sin patas ni alas, un cuerpo oscuro que no avanza ni retrocede, que solo se enrosca y aprieta, repitiendo el mismo latido pesado sobre mi piel. La penumbra no se rompe, el aire huele siempre a humedad rancia y a hierro viejo, y las paredes parecen absorber cualquier sonido, como si temieran que algo de lo que ocurra aquí pueda escapar.

Y sin embargo, hay algo que me avisa antes de que ocurra: un cambio sutil en la presión del aire, un silencio más tenso, el leve rumor de pasos que no son pasos, sino la certeza de que él está cerca. Averis.

Lo sé antes de verlo, porque su presencia empuja incluso a la sombra, y me envuelve como un manto que no puedo apartar. Estoy sentada en el rincón más profundo, con la espalda apoyada en la piedra helada, cubierta apen
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