88. Has cambiado.
Meira estaba junto a la mesa central, fingiendo que revisaba unos pergaminos, pero el modo en que su mano se tensó sobre el borde reveló que su control no era tan perfecto como aparentaba; ella también lo había sentido, ese filo invisible que él traía consigo, y su silencio decía más que cualquier saludo.
—Névara —pronunció mi nombre como si fuera un secreto compartido, como si cada sílaba me recordara algo que no quería recordar delante de Meira.
—Forastero —respondí, sin ocultar el peso con que mi voz cayó sobre el espacio, y su sonrisa se amplió apenas, suficiente para que Meira levantara la vista y nos estudiara como quien mide una distancia que piensa recorrer tarde o temprano.
Él no la miró al principio, como si su regreso no tuviera nada que ver con ella, pero el segundo en que nuestros silencios empezaron a entrelazarse, giró la cabeza y sus ojos se encontraron con los de Meira, y allí hubo algo que no era saludo ni desafío, sino un reconocimiento peligroso, como si los dos re