84. La forma que toma el amor.
Despierto esa mañana con la sensación extraña de que el mundo ha dejado de girar en su órbita conocida y flota ahora en un espacio que no le pertenece, suspendido entre el sueño y la vigilia, como si lo que me rodea estuviera cubierto por un velo demasiado delgado para ocultar lo que late detrás. El santuario, aún en ruinas, parece contener un silencio distinto al habitual, más profundo, más expectante, un murmullo imperceptible que se cuela entre las piedras y resuena dentro de mí. No sé si proviene de afuera o si nace en lo más hondo de mi pecho, pero lo reconozco de inmediato: es una presencia que creía perdida, o quizás nunca encontrada del todo, un latido que siempre estuvo aguardando el momento preciso para regresar.
Él está aquí. No como antes, no como el niño que tuve entre mis brazos ni como la sombra amenazante que temí en noches interminables. Ahora se presenta de otra manera, una forma que se resiste a toda definición, como si fuera la suma de todo lo que es y de todo lo q