75. Decisiones al filo del deseo.
A veces me pregunto si el poder no es más que un espejo cruel, uno que nunca devuelve una imagen limpia sino una superficie agrietada donde lo que deseas se confunde con lo que más temes perder, donde tu reflejo se alarga hasta desfigurar lo que creías ser. Y hoy, ese espejo se encarna en Averis, en la forma en que se recorta contra la penumbra del corredor, apoyado con una falsa calma sobre la columna que da paso al salón de los sellos rotos, como si hubiera estado aguardando mi llegada desde mucho antes de que yo misma decidiera venir. Lo reconozco incluso antes de que gire la cabeza: la arrogancia que siempre lo precede, la manera en que las sombras parecen adaptarse a su silueta como a su legítimo dueño, el modo en que el aire lo envuelve, obediente, como si hasta las moléculas se rindieran a su voluntad. Y sin embargo hay algo distinto, algo que se desliza bajo esa familiaridad inquietante: su olor. No es solo el aroma áspero de su piel mezclada con acero y humo; hay veneno en él