57. Llamas que susurran.
La noche ha caído sobre el santuario con una suavidad que engaña; el aire parece líquido, denso, cargado de promesas y advertencias invisibles, y cada sombra que se mueve por las paredes me recuerda que estamos en un espacio donde lo que no se ve puede decidir nuestra suerte. Camino descalza por el círculo, sintiendo el calor de la piedra bajo mis pies, cada paso un eco que reverbera en la carne y en el espíritu, consciente de que las miradas sobre mí no son curiosidad ni temor, sino algo más primitivo: reconocimiento y desafío. Y entonces lo siento: Meira se acerca por detrás, tan silenciosa que su presencia se percibe antes de que toque el aire a mi alrededor, y su aliento en la nuca es una chispa que enciende una llamarada distinta dentro de mí, una llama que no estaba prevista, un fuego que responde a su proximidad.
No me giro. No necesito hacerlo. Sus dedos se deslizan por mi espalda, suaves, firmes, y su contacto es un recordatorio de lo que somos, de lo que hemos compartido y d