56. La llama y la sombra.
No fue una decisión tomada con el corazón, ni siquiera con la mente, sino con ese pulso antiguo que late en la sangre cuando el tiempo se contrae sobre sí mismo y las fuerzas que durante generaciones han permanecido en silencio reclaman un espacio para manifestarse, un eco que atraviesa los huesos y grita desde los abismos del alma, obligando a actuar sin dudar, porque el poder que fluye en mi vientre desde la concepción del niño —ese latido que no pide permiso ni ofrece tregua— me exige movimiento, me ordena reunir a los míos, desnudar cuerpos, encender fuego, y no hay elección que pueda contradecirlo. El susurro que siento no viene de mí, sino de algo más grande, un testigo ancestral que habla a través de mi sangre y me recuerda que esta noche no es común; es un ritual de poder y de sombra, donde la voluntad se mide por la intensidad del fuego que cada uno está dispuesto a sostener.
La sala circular del santuario está despojada de todo símbolo ornamental; no necesitamos más que el s