47. Entre el silencio y el deseo.
El silencio del santuario no es tranquilidad, no lo ha sido nunca. Es un vacío que se enrolla en las paredes como humo antiguo, que se pega a la piel y se incrusta entre los huesos, un espacio lleno de lo no dicho, de palabras que nunca encontrarán forma ni voz, de recuerdos que se arrastran como serpientes, con la paciencia de quienes saben esperar el instante exacto para atacar o proteger. Y allí, entre ese aire espeso y el eco de los pasos que una vez conocí demasiado bien, se mueve Averis, y yo lo siento antes de verlo, en la vibración sutil de la piedra bajo mis manos, en el frío que sube desde el suelo hasta mi pecho, en el roce del viento que parece anticipar su presencia.
Lo veo acercarse con pasos que ya no son amenaza, aunque sus ojos siguen ardiendo con la mezcla inconfundible de furia y deseo que marcó mi piel desde que nos conocemos, esa llama que no se apaga porque arde desde un lugar que no pertenece al cuerpo sino a la memoria, al instinto, a la necesidad de reconocimi