38. Esa noche sueño.

Y no estoy sola.

Todas soñamos con él, aunque nuestros sueños no se crucen y nuestras voces no se mezclen; todas sentimos su presencia, todas sabemos que ha llegado, y que incluso en la distancia nos atraviesa. Averis. Su nombre resuena como un tambor oscuro dentro de mí, como un eco que no admite olvido, como un filo que corta la calma antes de romperla.

Lo veo cruzando el río, desnudo, herido, el agua rozando sus muslos manchados de tierra y sangre vieja, el torso marcado por cortes que no parecen dolerle sino que parecen hablarle de viejas guerras, de antiguas humillaciones, de un dominio que no se pierde aunque el cuerpo tiemble. Su cabello enredado cae sobre la frente, pegado a la piel, y la mirada no se aparta, fija, fría y peligrosa, como si el dolor que carga fuera un arma más que una debilidad, como si cada paso arrastrara la tierra y los secretos de lo que ha sido y lo que aún se propone ser. Dominante incluso desde la vulnerabilidad, invadiendo sin pedir permiso, reclamando
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