230. El beso en la herida.

El silencio de esta noche es distinto, no es el silencio tenso de la conspiración ni el que pesa cuando los corredores de la corte guardan secretos en sus sombras, es un silencio que parece nacido para envolvernos, que se desliza entre las cortinas de seda y acaricia la penumbra de la alcoba como si también quisiera participar de lo que está a punto de suceder. Estoy recostada en el lecho, mi cuerpo cubierto apenas por la tela ligera de un manto que se adhiere a mi piel como si fuera una segunda sombra, y lo observo mientras se acerca, con ese andar medido que nunca pierde, incluso cuando su mirada deja de ser la de un emisario y se convierte en la de un hombre que no teme desnudarse ante mí.

Su respiración se vuelve un hilo contenido cuando se sienta junto a mí, y noto que sus manos tiemblan apenas, como si dudara entre sostenerme o dejar que el espacio entre nosotros hable primero. Lo tomo de la muñeca, acerco su piel a la mía y, con una sonrisa que no es más que un filo cálido en m
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